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SANDEL, RENDUELES Y LA FINANCIACIÓN DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR

El interés por el mérito es un tema de actualidad, vigente desde hace mucho y tan relevante como para que uno de los científicos sociales más relevantes del momento, el filósofo M.J. SANDEL, le haya dedicado su última obra: La tiranía del mérito: ¿qué ha sido del bien común? 

En este libro, sin duda sugerente, SANDEL contrapone mérito y bien común, con el fin de explicar el porqué del malestar de un amplio número de personas en su país, frustradas por la “tiranía del mérito”. Dice el autor que “En una sociedad meritocrática, quienes aterrizan en la cima quieren creer que su éxito tiene una justificación moral. En una sociedad meritocrática, eso significa que los ganadores deben creer que se han “ganado” el éxito gracias a su propio talento y esfuerzo”. Pero ello, además de una pesada carga moral, “tiene un efecto corrosivo en las sensibilidades cívicas, puesto que, cuanto más nos concebimos como seres hechos a sí mismos y autosuficientes, más difícil nos resulta aprender gratitud y humildad. Y sin estos dos sentimientos, cuesta mucho preocuparse por el bien común”. Y se pregunta el autor si la solución a un panorama político inflamable es “llevar una vida más fiel al principio del mérito o si, por el contrario, debemos encontrarla en la búsqueda de un bien común más allá de tanta clasificación y tanto afán de éxito”. Adelanto que en mi opinión quizás por todo ello deberíamos hablar más de exigencia conforme a capacidad y menos de mérito. De exigir a cada cual una responsabilidad acorde con su potencial. De este modo, el fracaso no estaría en no conseguir determinadas metas, sino en no utilizar nuestras capacidades para alcanzar aquéllas para las que somos aptos y que permiten avanzar en la búsqueda del bien común. El esfuerzo, con sus efectos positivos, no se elimina como puede llegar a ocurrir con la defensa a ultranza del denominado “igualitarismo”.

Pero sigamos con SÁNDEL. Si su trabajo merece una lectura atenta y sosegada, es imprescindible cuando se analiza, como es nuestro caso, la financiación de la educación universitaria. De hecho, gran parte de los ejemplos utilizados y de las ideas que se aportan tienen que ver con la forma en la que el sistema educativo debe relacionarse con el mérito y con la igualdad. Y la relación entre ambos conceptos se sitúa, junto con la “reacción adversa contra la creciente diversidad” y el malestar de la clase trabajadora por “el veloz ritmo de los cambios en una era de globalización y tecnología”, en el origen del descontento populista. Fijémonos en el siguiente párrafo:

“El estallido de desigualdad observado en décadas recientes no ha acelerado la movilidad ascendente, sino todo lo contrario; ha permitido que quienes ya estaban en la cúspide consoliden sus ventajas y las transmitan a sus hijos. Durante el último medio siglo, las universidades han ido retirando todas las barreras raciales, religiosas, étnicas y de género que antaño no permitían que en ellas entrara nadie más que los hijos de los privilegiados. El test de acceso SAT (iniciales en inglés de “test de aptitud académica”) nació precisamente para favorecer que la admisión de nuevo alumnado en las universidades se basara en los méritos educativos demostrados por los estudiantes y no en su pedigrí de clase o familiar. Pero la meritocracia actual ha fraguado en una especie de aristocracia hereditaria. Dos tercios del alumnado de Harvard y Stanford proceden del quintil superior de la escala de renta. A pesar de las generosas políticas de ayudas económicas al estudio, menos del 4 por ciento de los estudiantes de la Ivy League proceden del quintil más pobre de la población. En Harvard y otras universidades de ese selecto club, abundan más los estudiantes de familias del 1 por ciento más rico del país (con rentas superiores a los 630.000 dólares anuales) que los de aquellas que se sitúan en la mitad inferior en la distribución de renta”. 

¿Cuál es la razón de estos datos? Pues, como bien expone SANDEL a lo largo de este trabajo, la misma se encuentra en la constatación de que la verdadera igualdad no existe y en nuestros intentos por obviar la trascendencia de la fortuna y la buena suerte en nuestros supuestos méritos. Es decir, una niña que crezca en una familia desfavorecida, por mucho que se esfuerce, y por elevada que sea su inteligencia, difícilmente podrá llegar a demostrar el tipo de méritos que la sociedad “meritocrática” coloca en el centro de la elección de las y los mejores.  Este pesimismo determinista choca con opiniones como las expresadas por quienes promueven la llamada “retórica del ascenso” y creen que la “formación universitaria es el vehículo primordial de la movilidad ascendente”. El problema, en palabras de SANDEL, puede resumirse en el siguiente texto:

“La tiranía del mérito nace de algo más que la sola retórica del ascenso. Está formada por todo un cúmulo de actitudes y circunstancias que, sumadas, hacen de la meritocracia un cóctel tóxico. En primer lugar, en condiciones de desigualdad galopante y movilidad estancada, reiterar el mensaje de que somos individualmente responsables de nuestro destino y merecemos lo que tenemos erosiona la solidaridad y desmoraliza a las personas a las que la globalización deja atrás. En segundo lugar, insistir en que un título universitario es la principal vía de acceso a un puesto de trabajo respetable y a una vida digna engendra un prejuicio credencialista que socava la dignidad del trabajo y degrada a quienes no han estudiado en la universidad. Y, en tercer lugar, poner el énfasis en que el mejor modo de resolver los problemas sociales y políticos es recurriendo a expertos caracterizados por su elevada formación y por la neutralidad de sus valores es una idea tecnocrática que corrompe la democracia y despoja de poder a los ciudadanos corrientes”.

Y de estas ideas, o más bien del grado de coincidencia con ellas del que se parta, deben derivar los modelos concretos de financiación de la educación superior. Quiero decir, si compartimos las premisas de SANDEL, quizás no tenga sentido defender la gratuidad total de la enseñanza universitaria. 

Para el filósofo americano, el problema de la meritocracia es más profundo que la crítica que suele hacérsele: la meritocracia no funciona y genera frustración porque no se está llevando a la práctica correctamente y porque los actores con mayor poder han “amañado el sistema”. Las objeciones de SANDEL atacan al ideal que sustenta la meritocracia, y lo hacen desarrollando dos objeciones: la justicia (la injusticia de otorgar beneficios a cuestiones en las que influye más la suerte que nuestro esfuerzo) y las actitudes ante el éxito y el fracaso. En cuanto a lo primero, entiende el autor que una sociedad meritocrática, aunque fuera meritocráticamente perfecta, no sería justa: “Lo que importa a una meritocracia es que todo el mundo disfrute de idénticas oportunidades de subir la escalera del éxito; nada dice sobre lo distantes que deban estar entre sí los escalones. El ideal meritocrático no es un remedio contra la desigualdad; es, más bien, una justificación de ésta”. Lógicamente ambas son desarrolladas con argumentos y reflexiones que merece la pena leer, pero no podemos detenernos en ellos dada la finalidad de este trabajo. Y se realiza un recorrido por las dos concepciones de sociedad justa que han formado parte del debate de las sociedades democráticas: el liberalismo de libre mercado y el liberalismo del Estado del bienestar: Hayek y Rawls, dos autores convencidos de la arbitrariedad moral del talento pero que llegan a distintas fórmulas para solucionar sus efectos negativos. Para el primero, la riqueza no es consecuencia del mérito sino del valor superior de la contribución a la sociedad de quien la obtiene. Rawls considera que quienes llegan a posiciones de prestigio y se enriquecen, si lo hacen en una sociedad justa, tienen derecho a su éxito, no porque tengan más méritos sino como consecuencia de formar parte de un sistema equitativo. Y legitima tanto la tributación progresiva como fórmula para ahondar en dicha equidad como que se destine gasto público a cubrir necesidades de quienes no son favorecidos por el mérito.

SANDEL escribe desde Estados Unidos, tomando como referente el modelo social y especialmente el modelo educativo estadounidense, y para un público que ha crecido creyendo en el denominado “sueño americano”. Por tanto, muchas de las ideas que plasma en su libro resultan extrañas para un lector educado en un sistema totalmente distinto. Pero lo que no se le puede negar es que nos sugiere pensamientos y reflexiones que en mi opinión deben estar en la base de cualquier análisis serio sobre la forma en la que el Estado debe proveer a la ciudadanía de un derecho tan central como lo es el derecho a la educación. Sabemos que los derechos tienen un costo, pero ¿cómo debe afrontar su financiación un Estado Social y Democrático de Derecho? ¿Debe excluir a quienes carecen de mérito o de talento, o cuanto menos modular la intensidad de la inversión? O, por el contrario, ¿es más justo permitir a todo el mundo, con independencia de talentos, esfuerzo y rendimiento, que acceda a un sistema universitario público gratuito? 

En España, probablemente al mismo tiempo en que se editaba el La tiranía del mérito, se publicaba Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista, de César Rendueles (RENDUELES, 2020). Aunque esta obra trata también del mérito, y sobre todo del credencialismo al que SANDEL dedica parte de su trabajo, se centra más en el igualitarismo que aparece en su título. Este autor parte de la constatación de que: “Desde la perspectiva hoy dominante, la igualdad aceptable sería aquella que se limita a eliminar las barreras de entrada que distorsionan los mecanismos de gratificación del esfuerzo individual. Sería una especie de control antidoping social, que vigila que nadie haga trampa en la competición colectiva”. La meritocracia es para él una forma de desigualdad especialmente grave, que se explica en parte con la siguiente afirmación: “No es que la gente con más recursos pague a los profesores para que les aprueben, sencillamente pueden permitirse muchos más tropiezos en el camino. En cifras: en España, el 56% de los niños hijos de profesionales de clase media-alta con notas malas o regulares en la enseñanza obligatoria dan el paso a la educación postobligatoria. En el caso de los hijos de trabajadores manuales sin cualificación, el porcentaje es del 20%”. 

Curiosamente, la meritocracia educativa es descrita por RENDUELES como el resultado de la monopolización de los recursos educativos más valiosos y las competencias técnicas por parte de una clase media que utiliza para ello barreras de entrada o prestigia ciertos itinerarios vitales y laborales. La clase capitalista, sin embargo, se centra en acaparar los medios de producción. La clase trabajadora, por tanto, queda excluida “tanto de la propiedad de los medios de producción como de las cualificaciones y relaciones socialmente más útiles y valoradas y mejor remuneradas”.

En el capítulo que dedica a “La ideología educativa y la derrota de la igualdad” se explica el papel que el sistema educativo tiene en una sociedad meritocrática: servir de abono para que los privilegios heredados se sustituyan por otros basados en el mérito. Pero según este autor, y en ello también coincide con SANDEL, tal idea es una farsa cuyos resultados, además, no serían justos. 

Ni SANDEL ni RENDUELES ofrecen soluciones concretas, lo que no desmerece, especialmente en el caso del primero, el interés de sus aportaciones, que nos nutren de elementos para la reflexión. Con una mirada más propositiva, VALDÉS FERNÁNDEZ (VALDÉS FERNÁNDEZ, Efectos primarios y secundarios en la expectativa de matriculación universitaria: la desigualdad como reto del siglo XXI, 2019), preocupado también por el mantenimiento de la desigualdad y por las enormes diferencias entre las expectativas de acceder a la Universidad del alumnado de clase baja y el de clase alta ,  explica cómo la fuerte expansión educativa de las últimas décadas no ha venido acompañada de “una igualmente intensa reducción de las desigualdades ante la educación en la transición universitaria, lo que exige un examen profundo de las fuentes que originan dicha desigualdad”. Y la causa no está sólo en el rendimiento previo, sino también en “la forma característica en que las personas de distinta extracción social se enfrentan y resuelven el proceso de toma de decisiones educativas”. La solución que propone pasa por la reforma del sistema de ayudas al estudio y de financiación universitaria del año 2013. En su opinión: “El aumento de la exigencia académica para el acceso o mantenimiento de la beca universitaria junto al encarecimiento de los precios de matrícula no puede llevar a otro resultado más que a la percepción por parte del alumnado de clases más humildes de importantes barreras en la carrera universitaria (Langa Rosado y Río Ruiz, 2013); percepción que desincentiva la expectativa de matriculación más allá de la probabilidad objetiva de éxito en el nivel universitario”.  Así pues: “Se antoja necesaria, por tanto, una contrarreforma que concentre el sistema de becas en las clases más humildes y sus necesidades económicas y disponga un sistema de precios públicos universitarios de naturaleza progresiva”. 

Yolanda García Calvente

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